jueves, 24 de septiembre de 2009

Internet y Transgresión

La transgresión es uno de los principales temas de la literatura y del arte contemporáneo. Gracias a Georges Bataille, Maurice Blanchot, Michel Foucault y algunos otros, el problema de los límites a los que se ve confrontada la escritura, y por lo mismo el pensamiento actual, hoy resulta un asunto crucial.

En Foucault este problema es casi inaugural de toda su obra (Véase “Préface à la transgression” en Dits et écrits, T. 1, p. 233).

Como al inicio de los tiempos y de la mitología, los límites establecidos son los de la sexualidad, el deseo, el incesto, la violencia, la muerte, el poder, la traición, etc. Todos ellos se reducen y abdican ante lo racional y ante las normas, mientras que de manera simultánea éstas encuentran su razón de ser. No se trata de los límites que no hay que transgredir (esto sería una consideración exclusivamente de carácter moral) sino de que esos límites están en el centro del pensamiento como una puerta posible a lo que uno no puede pensar ni decir, como lo más profundo del lenguaje y de la conciencia. Según Kant, en el arte la transgresión es una dimensión trascendente que constituye nuestro conocimiento antes y junto al conocimiento mismo.

Por ejemplo, desde Levi Strauss y la etnología pensamos que la prohibición del incesto reside en la constitución de las estructuras de parentesco y no en un “más allá” que no debe ser transgredido (pero que en realidad lo es con frecuencia) como algo prohibido que la muerte castiga pero que a pesar de ello, establece al ser humano en el seno del orden biológico.

Asimismo, para muchos autores contemporáneos resulta imposible pensar después de Auschwitz: “en tal medida ese acontecimiento es al mismo tiempo impensable y parte de nuestra modernidad”.

Podríamos citar muchos ejemplos que muestran que nuestra cultura supone siempre un “más allá” o algo inconcebible, imposible de representar y que reside y opera en el centro de nuestra cultura como una condición de posibilidad del ser moderno. No se trata de una trascendencia metafísica sino más bien de algo inmanente que la historia o el desarrollo de la sociedad nos obliga a descubrir.

Quisiera desarrollar la hipótesis según la que el régimen actual del lenguaje, por medio de la forma numérica en internet, plantea de manera novedosa el tema de la transgresión del sentido “al interior mismo del lenguaje”.

Desarrollaré la hipótesis en tres direcciones: en primer lugar, el lenguaje actual y la literatura buscan otras formas de infinito. Sólo resta saber si, frente a esa nueva transgresión, puede hablarse de una moral multimedia.

En segundo lugar, dentro de la era numérica la figura del autor ya no juega el papel preeminente en la representación de la escritura. Por esa misma razón el derecho de autor es muy inestable.
En tercer lugar, me parece que la recepción y la lectura se escapan en una huida sin fin debido a esa forma inédita de la transgresión como la interacción; a través del paso continuo de lo que se supone el público, la publicidad y la publicación. Ahí ocurre un hecho que hasta ahora no se había dado en la escritura y en la publicación, y me parece que todavía no hemos logrado medir la importancia del cambio que se está sufriendo en ese ámbito.

Debemos cuestionarnos en qué consisten esos paralelismos entre nuevas tecnologías del lenguaje -hipertexto- y las teorías del texto y del discurso como intertextualidad, discontinuidad, desaparición del autor, etc.

El discurso lineal ya no se sostiene en la literatura moderna. Autores como Jacques Roubaud, siguiendo los pasos de l’Oulipo, Queneau o Perec, se interesaron en ese aspecto de la fragmentación del lenguaje como por ejemplo en La Boucle o en Le grand incendie de Londres. Claro que de manera explícita la literatura siempre ha planteado ese juego en el que la figura del lenguaje es la materia misma del relato. Don Quijote en la segunda parte reencuentra las aventuras de la primera. Tristram Shandy o Jacques el fatalista interpelan al lector para conducirlo por entre las redes de un desorden aparente. Pero a pesar de su interacción con el lector, esa literatura está limitada a la materialidad de su soporte, está atada a la encuadernación primordial del documento a la estructura fija de la lectura.

Las “teorías críticas” del texto llevan aún más lejos la cuestión de la fragmentación infinita y de manera simultánea asistimos hoy al desarrollo de las herramientas informáticas que fomentan esta dispersión.

Desde 1968 las obras hipertextuales de Ted Nelson, en su teoría de Xanadu Literary machines, proponen nuevas herramientas para la creación de textos fragmentados, discontinuos y distantes. Problemas como los lazos del texto, su naturaleza y calificación así como los lazos entre varios y la estructura, están en el ojo de un huracán que arrastra al texto más allá del discurso. No se trata sólo de una simple técnica de intercambio HTML que permite la relación entre varios sitios web, sino de las posibilidades infinitas, el link por medio del cual el lenguaje es siempre metalenguaje.

En un sentido estricto el nuevo texto no conoce límites y debe encontrar nuevas figuras retóricas para existir. Hasta ahora las posibilidades parecen infinitas, pues todavía no se han hallado las fronteras del hipertexto.

Asimismo, el problema de la transgresión reside en que actualmente el significado no se encuentra sólo en un significante únicamente fonológico, o en la transcripción alfabética de una palabra oral -el lenguaje que sostiene el sistema semántico-; sino que necesita imágenes del mundo. Quizás ahora estamos obligados a reconquistar y a reconsiderar el alfabeto y otros lenguajes que la evolución de la comunicación dejó de lado, favoreciendo la progresiva gramaticalización del discurso.

Otra disciplina que gracias a internet está viviendo momentos de auge es la traducción. Ésta siempre ha sido un obstáculo para la circulación de las ideas y ahora parece liberarse.
Internet es un sistema que podemos llamar multimedia, en el que la imagen fija o animada, la música, así como las formas que vemos en la pantalla, etc., desempeñan una función importante. Pero nos preguntamos ¿qué significa esta nueva forma a la que todo el mundo está invitado simbólicamente en el campo de la significación, es decir, en la pantalla?

Pensamos en las reflexiones de Walter Benjamin que se encuentran en el texto “La obra de arte en la Era de la reproducción mecánica” de 1936, y en las que se sugiere que actualmente lo numérico es un tipo de globalización a escala mundial de lo que fue la reproducción mecánica.

De hecho el carácter multimedia de internet casi siempre impide reconocer el valor literario del medio. En una misma dinámica internet y la web suman dimensiones simbólicas e iconográficas del sentido, más allá del lenguaje alfabético. Esto define el poder virtual de similitud del mundo, de manera que el autor debe trabajar a partir de la condición de lo virtual. Después de la fotografía, el cine, la televisión, la prensa o la publicidad estamos frente a un nuevo significante. Pero un significante en el que las nuevas posibilidades como la imagen pornográfica ocupan el mismo nivel que la imagen sagrada (si no más) que la imagen deportiva o de las finanzas. La imagen pornográfica goza de un papel preeminente a diferencia de la disimulación de los sex shops o de las estanterías de las Bibliotecas del infierno que ocupan espacios marginales en la ciudad, en la biblioteca o en la memoria. En internet no se trata sólo de las imágenes sino de un verdadero auge de consumo mundial de pornografía o de relaciones eróticas que entonces devienen fuerza motriz de la interacción planetaria. Podría decirse lo mismo de la piratería informática o del acceso a sitios prohibidos: el fenómeno de los hackers es parte del nacimiento de internet como el robo de las fuentes tipográficas en la Italia del siglo XVI. Aunque casi toda esa producción no es más que basura y a pesar de que se encuentran numerosos sitios neonazis, o que incluso la web amplía a ultranza los debates revisionistas(1), al menos quiere decir que el problema de la prohibición ya no se plantea en los mismos términos. En ese sentido bastaría decretar una web limpia para que desapareciera esa parte oscura de la humanidad, pero sería inútil. Al contrario esa revelación debe abordarse en la nueva realidad contemporánea.

Al profundizar en esta reflexión encontramos un análisis similar en “La sociedad del espectáculo” de Guy Debord. ¡Si reemplazamos la palabra “espectáculo” por “virtual” comprenderemos mejor en qué sector de la economía política nos encontramos!

Además sabemos que no sólo las imágenes son pornográficas sino que su uso vulgar y degradante señala la necesidad de llamarlo un estilo o una retórica. Quisiera decir que debemos tomar en serio lo que sucede al interior de la web, de qué naturaleza son sus posibilidades ilimitadas y a partir de entonces imaginar una legislación posible y hasta ahora inexistente, que pudiera controlar y regular su funcionamiento. Dentro de ese universo virtual ¿cómo pueden instaurarse nuevas formas de transgresión al nivel de esa red de libre circulación? ¿Cómo comprender aquello que sobrepasa la tecnología y a partir de entonces entender lo que permite y al mismo tiempo engendra? Me parece que las preguntas de Debord son oportunas.

También me parece que autores como Michel Houllebecq comprenden la necesidad de la “entrada en escena” de la web, del correo electrónico y de los foros en el seno de la creación literaria. El problema de los sitios pornográficos no es sólo su contenido sino la libertad de acceso y la relación entre varios actores, el “trazo” como se le llama actualmente. Uno lo ve en las posibilidades de conexión en las que por ejemplo el sitio puede memorizar la máquina en la red y reconectarla inmediatamente incluyéndola automáticamente en los directorios de otros sitios similares. El problema entonces no es solamente que la oferta y la demanda pueden jugar un papel interactivo en la red; sino que se trata más de un espacio de propaganda y contrapropaganda para las publicaciones cuyas dinámicas ya no toman en cuenta nuestra decisión. Aquí no nos ocupa la reivindicación de la prohibición sino comprender a qué suerte de transgresión de la realidad cultural y social hemos sido invitados. Tampoco se trata de instruir a partir de una moralidad exterior o anterior a la red, sino de considerar nuevas medidas éticas que provengan de los mismos usuarios o de organismos de regulación independientes que surjan de la red misma.

Esos y otros ejemplos tienen que ver con la arquitectura y funcionamiento de los proveedores de los sitios gratuitos o no, con los diversos sitios de venta que se desarrollan y con los problemas que surgen en la organización y en la libertad de publicación, así como con el conjunto de posibilidades tecnológicas que diseñan miles de programadores informáticos.
Pero regresemos: las fronteras de la realidad y de la ficción al interior de lo virtual están en vías de desaparecer casi de manera imperceptible. Y quizá sean los artistas quienes puedan detectar esos desplazamientos.

Por esa y otras razones la función, la figura del autor tiende a desaparecer del lugar preeminente que ocupaba en la escritura. Debido a la fragmentación y a la discontinuidad de la hipermedia, los límites del autor y del derecho de autor cada día se hacen más imprecisos.

Entonces podemos esperar que las nuevas formas de transgresión aporten o impongan nuevas formas legales. La pregunta acerca del valor de la figura del autor proviene de Barthes, de Foucault, pero también de Calvino y de muchos otros escritores, realizadores de cine o de teatro quienes expresan en qué medida dentro de la economía contemporánea el dominio absoluto, designado y asignado a la creación está gestando un problema.

Barthes señala la muerte del autor, su desaparición, y la aparición del texto sin firma. Foucault glosa la modificación profunda de la figura del autor, así como las razones históricas que hacen que tengamos un autor y un derecho que lo protege. El análisis que hace Foucault llega a la conclusión de que el tipo de transgresión que toleramos, que admitimos otorga al mismo tiempo un derecho y una función, un reconocimiento del autor. Dice Foucault: “El autor es el principio de la economía del sentido”, principio que no era el mismo en la Edad Media, ni para los periódicos de la Revolución Francesa, o las ediciones de la novela burguesa del siglo XIX.

El autor ha sido una función a lo largo de los siglos de edición y de impresión. “La construcción de la función-autor debe ser entendida como un criterio de asignación de los textos”, dice Foucault. El autor es el resultado de todo un proceso histórico que reconoce sus formas materiales, económicas y también, quien otorga un contenido a esa expresión.

Con internet y la web resulta más difícil identificar una autoridad única o el pensamiento de un solo individuo, de una sola firma. Dentro de la web y de los links HTML existe la imposibilidad de saber quién escribe, quién produce la referencia, la nota, la crítica y quién certifica dicho comentario. El texto se convierte en una red colectiva y cooperativa de muchos autores. Para resumir, podríamos decir que esos tipos de relación ya implícitas en la escritura se desarrollan de manera explícita en la web.

Paralelamente los derechos son relativos a las posibilidades sin límite de la copia, de la reproducción. Esto según Walter Benjamin puede interpretarse como una pérdida del aura.
La reproducción ilimitada hace que en uno ya no pueda distinguir entre el original y la copia. No existen diferencias entre los dos a partir de que se puede copiar sin perder información, sin degradación, sin marca aparente de irreversibilidad del tiempo; a diferencia de la copia material, cuyo ejemplo es la fotocopia, que se degrada pues en cada copia se pierde más y más información. La economía virtual es en sí misma el infierno, pues las copias son gratis. El problema de los derechos de autor anima a una economía del copyright en función del estado de difusión y de la demanda y rechaza un derecho de autor romano ligado a los derechos morales de un individuo creador.

Al mismo tiempo esta figura del autor como una especie de regulador se ve transgredida por nuevas autoridades que todavía son difíciles de percibir en el espacio planetario de la web.
Por otra parte, me parece que la lectura posee una nueva significación, debido al estado de transgresión que permite ya que necesita de la interacción: los conceptos público, publicidad, publicación parecen estar en una permanente huida que debe analizarse cuidadosamente.
El lector no solamente es una persona que realiza una actividad solitaria, tampoco es sólo un navegador en busca de documentos perdidos. El lector debe ser un explorador, un conquistador de tierras desconocidas. Él ignora lo que va a encontrar; pasa de un sitio desconocido a otro, en una mezcla de azar y de determinación. La lectura se convierte en una lucha contra las aproximaciones de las fuerzas de búsqueda, los puntos o direcciones según las nuevas cartografías de documentos, estadísticas del léxico, es decir, se libra una batalla permanente contra el posible absurdo de la interpretación y del sentido falso.

Ni siquiera se sabe quién es el enemigo, cuántos ejércitos tiene y de dónde puede surgir el peligro… más que una búsqueda de información, la lectura se convierte en espionaje (de hecho el conjunto de la web es un espacio del espionaje), un cruce de intereses con muchos riesgos y trampas.

En fin ¿de qué tipo es la verdad que uno encuentra? Y ¿de dónde proviene? ¿se trata de manipulación de relaciones oficiales? (que también quieren manipular). De nuevo nos encontramos con los problemas de las fronteras y de la ausencia de ellas: ¿dónde leemos? Quizá todo esto puede ser virtual y estar desprovisto de realidad y repleto de lagunas. Pero al mismo tiempo, gracias a la web el teatro del mundo y sus conflictos surgen en nuestras pantallas, Ruanda, Chechenia, Palestina, Chiapas tantas guerras cuyos Teucídides se confunden con los actores, los analistas, las contrainformaciones y la Quinta Columna virtual…
Al referirse a Sade, Foucault dijo: “Que él discuta el lenguaje para reproducirlo en el espacio virtual (en la transgresión real) del espejo, y cree en éste un nuevo espejo y luego otro y otro más hasta el infinito. Eterno espejismo que en su vanidad constituye el sustento de la obra sobre la que paradójicamente se yergue”.

La web es un espejo en el que se ganan y se pierden a la vez los intereses del mundo. Me parece que el espejo sin fin de las sucesivas pantallas de la web también podría ser un poco como la obra de Sade: una manera de transgresión del infierno de la vida cotidiana. A menudo pretendemos que la web es como una gran biblioteca, pero la búsqueda resulta opuesta a la del bibliotecario, en ella se persigue un documento cualquiera que quizá ni siquiera sea parte de un libro. Además de no tener límite, la biblioteca de la web carece de orden. Es un delirio literario, cuestionable en el sentido de que parte de un catálogo demente que la mayoría de las veces da indicaciones y direcciones equivocadas y que al final resulta tan errónea como las publicaciones falsas y sus autores anónimos o autopublicados.

Mientras que la biblioteca de Babel de Borges posee un orden perfecto, sin falla, comprometida a que en una producción infinita también puedan encontrarse las obras completas.
La web en sí misma, en cuanto al peligro de la globalización, es también ese espacio transgresor que debe ser transgredido. Como lo pensó Maurice Blanchot (a propósito de la producción literaria contemporánea) esa clase de “palabra errante” es “capaz de destruir todas las demás”.
De nada sirve denunciar, como lo hacen Philippe Bretón o Wolton, la vanidad de los análisis que intentan comprender lo irracional de la web; por el contrario, esa relación con la creencia que señalamos aquí a través de la transgresión es esencial. Como dijo Manuel Castell: en la web se trata de hacer virtual lo real.

Esto significa que un autor nunca más podrá pensar en términos de referencias literarias, sino que deberá darse cuenta de que el significante a partir del cual trabaja necesariamente es el que existe en internet en tanto texto numérico. Esto es lo que debe considerarse como transgresión.
La referencia a la posición, a la función-autor es la frontera que puede esperar una disciplina, un sujeto indistinto.

También podría decirse que Balzac redactaba a partir de los salones y de los editores parisinos, que Proust escribía a partir de Saint Germain de Prés o de recuerdos de Balbec, o que Flaubert lo hacía a partir de las bibliotecas o de toda la documentación recopilada para Bouvard y Pécuchet. Los autores contemporáneos deberán escribir mucho más a partir de lo que encuentran en la web, no sólo de los contenidos sino de la manera en que funciona o no ese mundo virtual, esa palabra universal hecha de tantas contradicciones, carencias, excesos e incoherencias.

Algunos artistas, editores, escritores han entendido que existe una palabra más veloz y colectiva; es necesario seguir, habitar y cercar su poder efímero.
Los investigadores científicos desde hace tiempo comprendieron (también en las ciencias sociales, véase el sitio www.HierNietzsche.org) que sus trabajos necesitaban una mayor interacción, cooperación e internacionalización para lograr una mayor eficacia, en todo caso más que la que una sola persona puede alcanzar. Seguramente de una forma distinta los escritores de mañana se darán cuenta de que el material de trabajo con el que cuentan es la palabra colectiva, interactiva, versátil y representativa del caos del mundo deinternet.
¿Es posible vislumbrar un autor en términos de mayor cooperación? O ¿esto es una contradicción?

Para concluir junto con Foucault, una referencia que coincide extrañamente con lo ilimitado del web como posible transgresión del libro: “La literatura comienza cuando la paradoja substituye al dilema, cuando el libro no es sólo el espacio donde la palabra toma forma (de estilo, retóricas, del lenguaje) sino el lugar donde los libros son recuperados y consumidos: lugar desprovisto de un sitio único puesto que alberga todos los libros del pasado en ese imposible volumen que suelta un murmullo entre, después y ante los otros”.

Yannick Maignien

Traducción María Virginia Jaua
(1) Corriente neonazi que llega incluso a negar la existencia de los campos de concentración. N del E.

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